Amo
esas horas oscuras de mi ser
en las que mis sentidos se sumergen;
en ellas, como en viejas cartas,
encuentro mi vida cotidiana y vivida,
lejana y antigua como una leyenda.
Gracias
a esas horas, sé que tengo espacio
para otra vida intemporal e inmensa.
Envejecer a
ritmo campesino, entre las ruinas de una deshabitada sabiduría que ya no interesa. Aquí no hay luces de neón, ni saltos al vacío; ni adiestrados ruidos narcotizantes. Mas en el horizonte, cercado por plomizos nubarrones, se atisba una cerril
tormenta; acaso aún quede un último relámpago de luz.