jueves, 9 de agosto de 2018

Rojo sobre fondo negro




Intentaba avanzar entre aquel infame gentío, pero ni siquiera era capaz de adelantar unos pasos cuando se veía obligada, de nuevo, a detenerse. Una y otra vez  la misma escena repetida. Su angustia iba en aumento y sus peores temores no habían hecho más que comenzar a escenificarse. De súbito, sintió que algo terrible estaba a punto de suceder; allí, de pie, entre cuerpos ajenos que la asqueaban sin remedio, una fuerza misteriosa hizo que levantase su mirada para ver, aterrorizada, un imponente carruaje luctuoso y tétrico, guiado por cuatro raudos caballos de un negro azabache que parecían enviados por el  propio Hades; portadores de un imponente ataúd de ébano.  
Sobrecogida por la imagen que acababa de presenciar, de una forma inconsciente, autómata, se preguntó quién sería  el desconocido por el que se había formado semejante cortejo fúnebre.  Ni siquiera era consciente de haber realizado la pregunta para ser respondida, cuando,  con toda claridad, pudo escuchar la voz de una mujer que pronunciaba un nombre, el doctor Salazar de Ambós, insigne miembro de la Orden de San Juan.
Mientras oía la identidad del difunto, sus ojos seguían contemplando, perplejos, el esperpéntico séquito que lo acompañaba, recreando de una forma brutal y obscena el ritual fúnebre.
Ella sabía que, a pesar de todo, debía seguir su camino, sentía que necesitaba llegar a la vieja casona lo antes posible; además ya debía estar muy cerca, pues todavía recordaba que no lejos de allí se encontraba el sendero que solía recorrer en otro tiempo; un atajo perfecto, entre árboles de sombras plácidas y reconfortantes. 
Pero nada iba a ser como ella deseaba....


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